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El Soba Mkombo (página 2)



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Así, que sin al menos aparecer algún elemento sentimental, Junior y Clara comenzaron a estar juntos gran parte del tiempo y realizar viajes periódicos a la capital de provincia y los pueblos vecinos para buscar harina, queso, tomate u otros materiales necesarios en la pizzería. Él, muchas veces le hablaba de la vida en su aldea, de la selva y sus peligros, de los fetiches y resguardos, mientras ella escuchaba con atención y le mostraba en vivo la el quehacer diario, paisajes y costumbres de la pintoresca región más oriental de Cuba, donde el altruismo llega a tanto que todo se brinda, sin interés, ni esperar recompensa alguna.

Al parecer, en aquel momento, los intereses de ambos jóvenes se ubicaban en sentidos opuestos, aunque puede que alguna lengua mal intencionada comenzase a murmurar otras cosas dado el tiempo que la pareja pasaba junta y el afecto que se brindaban mutuamente. Aún Mkombo no se imaginaba lo que comenzaba a representar la hermosa oriental en su vida, hasta unos días posteriores en que el padre de Clara enfermó y ella se ausentó para estar a su lado en Maisí. Fue entonces que nuestro príncipe se percató de lo mucho que necesitaba la compañía de la joven y dejó de pensar en las mujeres blancas y rubias objeto de su viaje. Se mantuvo triste, como languideciendo, se alejaba del pueblo hacia el río cercano y se mantenía ensimismado en sus profundos pensamientos.

Eloisa, la mujer de Humberto, un poco más perspicaz que su marido, se dio cuenta de la situación y se lo dijo a éste, que no le dio importancia ni lo tomó en serio. Lo cierto es que al regresar Clara, Mkombo se sintió revivir, cambió de actitud, y no volvió a hablar más de las mujeres rubias. De manera inconsciente comenzó a cortejar a la joven oriental de la forma acostumbrada a como lo hubiese hecho con la hija de un Soba de una de las tribus cercanas a su aldea, pero ella no entendía nada de eso y pensaba que solo eran muestras de amistad del joven africano, aunque cada vez más se iba acostumbrando a la presencia y compañía de éste y ya parecían una pareja inseparable, aunque de momento no existía ningún compromiso de por medio.

La cuestión comenzó a ponerse aun peor para Junior cuando el joven que con anterioridad había mantenido relaciones con Clara empezó a rondarla de nuevo, cuestión esta que no agradaba a la chica y mucho menos a nuestro amigo, que una noche próximo a cerrar la pizzería, cuando el antiguo pretendiente exigió hablar con la joven, se encontró al africano que lo largó sin muchos miramientos, de manera que al notar aquel corpulento corpachón salió disparado como alma que lleva el diablo y no se le vio más por aquellos contornos.

Este hecho y todas las atenciones que el príncipe Soba tenía con Clara comenzaron a minar las defensas de la joven que empezó a sospechar que en efecto, éste la estaba cortejando, pero antes debía sopesar muchas cosas, entre otras, si verdaderamente podía estar enamorada de él, si ya a éste se le había quitado la fiebre de las rubias y cómo reaccionaría virilmente con una mujer de color canela y sobretodo no se concebía como Reina Soba de una tribu africana, porque lo de ella eran las pizzas y el prú oriental, cosas que se le daban muy bien. Para comprobar esto no hubo que esperar mucho tiempo, pues pronto se dio una oportunidad, al menos para probar los aspectos sentimentales más importantes.

Un día, el maestro y su mujer decidieron viajar a Maisí a visitar a sus familiares y dejaron a los dos jóvenes solos en casa. Él, ensimismado en sus pensamientos, tal vez sobre Clara, su padre, la tribu o cualquier otra cuestión y ella preparando la masa de las pizzas, pues en menos de un par de horas se abriría el establecimiento para la venta, que por cierto había mejorado mucho desde la llegada de Mkombo Jr., tal vez por la curiosidad de los marchantes o por las habilidades innatas del africano en los negocios.

La joven vestida con un vaquero muy ajustado y una blusa sin mangas, movía sus manos por la masa de harina a la vez que su cuerpo y sus caderas lo hacían rítmicamente al mismo compás, momento en el cual Mkombo la miró y notó sobresaltado que mientras sus ojos no perdían el contonear de caderas de la joven, comenzó entonces a sentirse inmerso en un estado paradisíaco y un renacer de su virilidad como el que nunca antes había experimentado, ni siquiera con las imágenes de las hermosas artistas de las películas de Holliwood. No pudo contenerse y se acercó sigilosamente como cuando casaba en la selva africana y asió a la joven por la cintura mientras pegaba su cuerpo contra el de ella.

-Pero, ¿qué haces Mkombo?, – protestó ella, pero él comenzó a acariciarle el cuello y acercar su rostro hacia ella, que se sobrecogió, y volvió a protestar, – ¿qué haces?, ahora verdaderamente comprendía la pasión que sentía aquel moreno hacia ella y pese a la sorpresa, sintió un placer intenso con aquellas caricias y aunque quiso o hizo ademán para liberase, las fuerzas le faltaron. -¿Estás loco?, – le dijo, pero él continuo intensificando el ritmo de sus caricias, y ya al final mostrando menos resistencia la joven protestó calladamente como en un susurro – pero ¿qué haces? Pronto ninguno de los dos vestía prenda alguna, que fueron esparcidas con mucha rapidez por todas partes, hasta sobre la masa de pizzas y entre quejidos de placer, aquella preciosa oriental unió su cuerpo con el del príncipe africano y rodaron por el suelo llenos de dicha y placer.

Cuentan que los que aquella tarde acudieron a la pizzería, solo sintieron gemidos, gritos y retozos, al principio pensaron lo peor, en un hecho violento; hasta que una visión clarividente como la de Mencha, la chismosa del barrio, experimentada en cualquier acontecimiento humano por insólito que pareciese, solucionó el misterio y les dijo: – se pueden ir, hoy no hay pizza – y pegó los oídos a la pared y con una sonrisa burlona exclamó: – están acabando con la casa.

Pocos días después el barrio en pleno asistió a la boda de Clara y Mkombo Jr. acompañada de un suculento yantar, aunque no tan opulento como los que ofrecía su padre en África. Estuvieron presentes todos los familiares y amigos de la pareja y hasta algún que otro no convidado, pero bienvenido como es costumbre entre cubanos.

Humberto fue felicitado por todos, pero sin embargo, se mostró nostálgico por la próxima partida de su sobrina que era el alma de aquel hogar lo que dejaría un vacío muy difícil de llenar.

Un mes después, tiempo necesario para satisfacer, en parte el insaciable apetito sentimental de la pareja y vencer gracias a las habilidades naturales de Mkombo Jr. los infinitos trámites de las autoridades burocráticas de ambos países, se vio llegar a la aldea africana, caminando por uno de los senderos de la floresta, a un joven "preto" como el ébano y una hermosa joven de "piel canela", tarareando rítmicamente la canción "morena, morena clara de Angola".

El Soba Mkombo I patriarca y jefe supremo de una de las tribus más importantes del norte de Angola y con influencia en otras muchas en un territorio que va desde el mar hasta la tierra de los Lundas de oeste a este y del rió Congo hasta la región de los Ambundus, de norte a sur, vivió algunos años mas en total armonía con su nuera cubana y sus pequeños nietos, cuyo pelo algo lacio y negro él se entretenía en entretejer, mientras miraba con sus ojos cansados, a lo lejos, en la trocha por donde pasaban los transportes de madera, la reciente construcción que mostraba como nombre "Pizzería la Guantanamera".

El Soba Mkombo

Isla de Tenerife.Febrero de 2016.

 

 

 

Autor:

C. López Hernández.

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